Terminé de leer un libro de Hiromi Kawakami, en medio de una brisa sofocante del verano producida por el ventilador, echada en el sillón y con los gatos tan derretidos como yo. Casi me caen unas lágrimas, pero las bloqueé.

Terminé de leer un libro de Hiromi Kawakami, en medio de una brisa sofocante del verano producida por el ventilador, echada en el sillón y con los gatos tan derretidos como yo. Casi me caen unas lágrimas, pero las bloqueé.