De una semana a otra, diagnosticada de colon irritable y gastroenteritis aguda. Estuve de vacaciones por 1 mes, volví y llegó marzo, alcancé a estar 2 semanas sana, energética y en mi estado de equilibrio de siempre. Los 30 días de descanso no sirvieron de absolutamente nada, solo un buen recuerdo.

En general nunca me enfermo, ni física ni mentalmente, algunas veces contadas con los dedos me baja la presión. No es normal en mi ni verme ni sentirme enferma, por eso tiene que haber una razón muy de peso detrás para sentirme tan mal y se llama marzo.

Pero no quiero profundizar en lo mío, quiero profundizar en las personas y en las relaciones laborales poco saludables:

Principales síntomas de personas/clientes dañinos para la salud:

1 Te hablan por Whatsapp sin importar el horario

2 No te saludan y van de lleno a exigir

3 Utilizan frases autoritarias, exageradas y interpelantes, solamente por escrito. Se escudan detrás de una pantalla, sin considerar que el tono puede leerse de forma equivocada.

4 Si no contestas al instante se enojan, si contestas al día siguiente cambian la forma de hablarte. Ya no eres Cami o Camilita (como sueles serlo cuando cumples sus expectativas), ahora eres Camila.

5 Creen que son el único cliente, que no hay nadie más que ellos y que son prioridad. Imaginen esto multiplicado por 10 (y podría ser mucho más), en un mismo día.

Y podría seguir relatando la maldita enfermedad de la inmediatez, la que necesita todo para ayer y que hace tan invivible la vida.

Si tan solo se calmaran un poco y aprendieran a vivir más lento, se darían cuenta que nada es tan urgente, que se pueden racionar los encargos y qué la ansiedad es un camino que lleva a la infelicidad.

Que cada acto o acción que ejercemos sobre otra persona tiene un impacto, que no sabemos qué esta viviendo la otra persona y que está sintiendo, que el lenguaje crea realidad.

No importa el plano en que se aplique, la empatía debería estar por sobre cualquier acción.

Siempre me imagino como vivían en los 70-80’s, cuando tenían que esperar llegar a la oficina para seguir trabajando, cuando no existía la posibilidad de recibir un Whatsapp fuera de horario laboral y podían realmente desconectarse de su trabajo y tomar once con su familia en paz.

En esos años, seguramente los encargos tenían plazos más largos, corregir un error no era de vida o muerte, tampoco había urgencia de publicar una noticia al instante, me imagino lo hermoso que era trabajar con esa calma y sin esa presión externa.

Cómo me gustaría vivir 1 día en esos años y sentir la desconexión total.

Y aterrizando realmente la gravedad del tema, no sería malo legislar la inmediatez, el impacto que tiene en el ambiente laboral y la salud mental, como interviene para mal en los tiempos libres destinados a la familia o al hogar, en como se desvía la atención que deberíamos darle a lo importante de la vida, hacia las exigencias inmediatas de jefes, colegas o clientes.

El mundo tiene la enfermedad de la inmediatez y nos obliga a todos a enfermarnos de lo mismo, no discrimina, y aunque nazca de nosotros poner los límites, no hay respeto, hay solo intereses personales por sobre el bienestar.